Un recorrido por Bohol
Mucho más que las Colinas de Chocolate y los Tarsier
En el corazón del archipiélago, al sur de las islas Bisayas centrales, se encuentra la provincia de Bohol. Está compuesta por casi un centenar de pequeñas islas que rodean a la principal, llamada igualmente Bohol, la décima en tamaño de Filipinas. Las Bisayas forman uno de los tres grandes bloques del país junto con Luzón, al norte, y Mindanao, al sur. Aunque la dominación española terminó en Filipinas a finales del siglo XIX, en 1898, en las Bisayas se percibe claramente su huella.
Y ese legado es más que patente en Bohol. Bellísimas iglesias –algunas de las cuales se vieron seriamente dañadas por los efectos del terremoto que sacudió la isla en 2013–, arquitectura, religión, gastronomía, nombres..., reflejan una presencia que se extendió a lo largo de casi 350 años.
Una de las primeras visitas que se hacen tras desembarcar en Bohol, en barco desde la vecina Cebú o en avión desde Manila, es Panglao, un apéndice de la isla principal donde se encuentran algunas de las playas más frecuentadas; por ejemplo, Alona Beach, una de las más bonitas y conocidas por sus arrecifes repletos de vida.
El trayecto hasta Panglao está salpicado de campos de arroz donde se reflejan las palmeras que los rodean, si es época de siembra y están inundados de agua, o teñidos de un intenso y peculiar color verde, que contrasta con otras gamas de este color de la vegetación tropical, si la cosecha está ya crecida. Y en este paisaje siempre está presente el carabao, el búfalo que utilizan los campesinos para trabajar los campos con la calma que invade toda la isla.
Bohol cuenta con una naturaleza muy rica, con maravillas como las conocidas Chocolate Hills. De regreso a la isla principal desde Panglao, atravesando el puente que las une, el camino que lleva a estas formaciones únicas discurre por un bosque artificial de árboles de caoba; enseguida empiezan a despuntar las colinas casi perfectas, más de 1.200 que, según la leyenda, fueron formadas por las lágrimas de amor derramadas por un gigante, al no ser correspondido por una mujer de la que se había enamorado locamente. Los científicos aseguran que son formaciones submarinas que emergieron en épocas remotas y que el tiempo y la erosión terminaron dibujando su sorprendente anatomía.
Los montes se elevan entre 40 y 120 metros de altura y son una de las mayores atracciones naturales del país. De un verde intenso en la época de los monzones, se transforman en un tono marrón apagado cuando el sol quema la hierba. Es el momento en que adquieren un característico color chocolate, mientras la base de las colinas permanece verde, dando así lugar al más peculiar de los paisajes.
Los fabricantes de dulces de la zona producen sus propias lágrimas de maní sacando provecho al antojo que inspira este lugar; dicen que los aperitivos locales hechos con cacahuetes son el secreto mejor guardado de la región. Las Colinas de Chocolate son Patrimonio de la Humanidad por la Unesco y es el tercer Monumento Geológico Nacional debido a su singularidad geomorfológica.
Una excursión que no debe perderse en una visita a Bohol es al río Loboc. Por su cauce verde y caudaloso navegan barcas locales, pero también barcos preparados para pasear a los turistas. El trayecto incluye la comida, un bufé con platos típicos que se disfrutan mientras suena música en vivo, se contempla la densa vegetación que invade la orilla o se participa en una exhibición de folclore local.
Los amantes de la fauna exótica tienen en Bohol un tesoro. No se puede abandonar la isla sin visitar el santuario de uno de sus más genuinos personajes: el tarsier, el mono más pequeño del mundo. De ojos saltones, mezcla de simio y murciélago, es oriundo de Bohol y vive en los alrededores del río Loboc.
Entre sus peculiaridades destaca que su cabeza puede girar casi 360 grados, tiene manos de humano, duerme durante el día, es récord Guinness como el mamífero con los ojos más grandes en relación al tamaño de su cuerpo, miden 1,6 centímetros de diámetro... En fin, un ejemplar extraordinario, que se encuentra amenazado por la deforestación de la jungla y la caza. Oculta entre la maleza que cubre la isla, la Philippine Tarsier Foundation es la única institución del mundo dedicada al estudio de esta especie y a la repoblación de la jungla donde habitan.
El Santuario Tarsero, un terreno de más de 130 hectáreas de jungla, protege a unos 200 monos. El fundador de esta reserva, Carlito Pizarras, ha dedicado su vida a salvar a este animal y es la única persona que ha conseguido su reproducción en cautividad. Suele recibir a los visitantes y está siempre disponible para dar información a quienes se la pidan.
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